El Autor y su Obra.
Trayectoria vital de Francisco de Quevedo.
Nació en Madrid, el 17 de septiembre de
1580. Sus padres, Pedro Gómez de Quevedo y María de Santibáñez, ocupaban
puestos de confianza en la corte. Quevedo cursó los primeros estudios con los
jesuitas, y después fue estudiante en la renacentista Universidad de Alcalá de
Henares. Prosiguió sus estudios de Teología y Patrística en la Universidad de
Valladolid, donde se había trasladado la corte (1600). En esta época se supone
que inició su amistad con Pedro Téllez Girón, más tarde duque de Osuna.
Cuando tenía veinte años comienzan a
popularizarse sus romances satíricos, sus letrillas (Poderoso Caballero) y sus chispeantes Cartas del caballero de la Tenaza, lo que
le granjean temprana fama de hombre ingenioso y procaz. Quevedo empieza a
frecuentar la vida literaria y a interesarse por la política. Conoce a
Cervantes, inicia su amistad con Lope de Vega, y mantiene correspondencia con
el humanista flamenco Justo Lipsio sobre temas filosóficos. En esta etapa
vallisoletana destaca la animadversión entre el joven Quevedo y el grave y no
menos ingenioso Góngora.
En 1613 Quevedo traduce, tras una aguda
crisis religiosa, el Heráclito cristiano,
y poco después las Lágrimas de Hieremías
castellanas.
Siempre al servicio del duque de Osuna, a
partir de 1615 comienza un largo periplo por Italia como embajador de Sicilia y
Roma: espiando en Niza al duque de Saboya, huyendo fugitivo a Génova.En 1615
vuelve a Madrid con donativos reales y la misión diplomática de obtener el
virreinato de Nápoles para su protector. Lo consigue, y en 1617 Felipe III
otorga a don Francisco el hábito de la
Orden de Santiago.
Las acusaciones contra el duque de Osuna
por el asunto de la
Conjuración de Venecia lo hacen caer en desgracia y arrastran
consigo a Quevedo, que sufre difamaciones y amenazas. Desengañado de la
política, Quevedo se retira a la
Torre de Juan Abad, donde reanuda su quehacer literario (Política de Dios, gobierno de Cristo. Vida de Fray
Thomás de Villanueva, poemas a Lisi). Tras una breve estancia en la
prisión de Uclés en 1621, es confinado nuevamente en la Torre, donde sigue
escribiendo.
La muerte de Felipe III y la ascensión al
poder del conde-duque de Olivares precipitan la caída de Osuna. Quevedo es
llamado a declarar en el proceso contra éste, donde se venteó el escándalo de
los sobornos y se dieron a conocer las cartas intercambiadas entre el propio
Quevedo, el acusado y varios favoritos y nobles cortesanos. Quevedo es
absuelto, pero en 1622, por un real decreto de puño y letra de Felipe IV, es
desterrado otra vez a la Torre
de Juan Abad. Enfermo de «tercianas malignas» consigue permiso para trasladarse
a Villanueva de los Infantes. Regresa a la Corte, y vuelve a relacionarse con el mundillo
literario y político.
Con el tiempo aumentan los enemigos de
Quevedo. Tras escribir la primera parte del Marco
Bruto aparece El Rómulo.
Se recrudecen los ataques contra Quevedo y su obra: en la Apología
al Sueño de la Muerte se le
moteja de borracho; en la letrilla Pata-coja
se ridiculizan sus defectos físicos y su vida sexual. El resentido Pacheco de
Narváez denuncia la Política de Dios, el Buscón y otras obras a la Inquisición. Quevedo
contraataca con una Perinola
que sólo consigue aumentar la inquina de sus enemigos.
Presiones diversas, intereses políticos,
compromisos económicos le llevan en 1634 a contraer matrimonio con doña Esperanza
de Mendoza, viuda de Fernández Liñán de Heredia y señora de Cetina. Es un
enlace infortunado y breve.
Retirado en la Torre de Juan Abad, inicia
con su amigo Sancho de Sandoval una apasionante correspondencia, que no
interrumpe hasta su muerte. Realiza una traducción de un apócrifo de Séneca,
escribe el Epícteto... En 1635
se publica en Valencia el máximo y más feroz de los ataques lanzados por los
enemigos de Quevedo: el libelo titulado El
tribunal de la justa venganza, erigido contra los escritos de Francisco de
Quevedo, maestro de errores, doctor en desvergüenzas, licenciado en bufonerías,
bachiller en suciedades, catedrático de vicios y protodiablo entre los hombres.
A partir de 1637 la vida de Quevedo
discurre, pacíficamente, entre la
Torre de Juan Abad y Madrid. Lee mucho, escribe siempre y
estudia constantemente. Pero no se desentiende de la actualidad política, como
prueban sus cartas.
En diciembre de 1639 es detenido en casa
del duque de Medinacelli y encerrado en la prisión de San Marcos de León, donde
permanecerá cuatro años, hasta la caída del conde-duque de Olivares. Las
protestas de inocencia de Quevedo no son escuchadas hasta junio de 1644, cuando
parece demostrarse que se ignora el motivo de su detención. Mientras, ha
seguido trabajando en sus poemas, epístolas y obras morales.
Cansado, viejo y enfermo, se traslada a
Villanueva de los Infantes. No deja de pensar en su obra: dicta capítulos del Marco Bruto y proyecta, por primera vez,
una recopilación de sus poemas que nunca podrá realizar, pues la muerte le
sobrevino el 8 de septiembre de 1645.
A requerimiento del editor Pedro Coello,
don José González de Salas se encargó de recoger la mayor parte de los poemas
quevedescos dispersos, publicándolos en 1648 en Madrid bajo el título de El Parnaso español, monte en dos cumbres dividido,
con las nueve musas. En 1670 aparece en la Imprenta Real de
Madrid Las tres Musas últimas castellanas.
Segunda parte del Parnaso español, cuya edición, tan nefanda y
descalificable como la de Salas, corrió a cargo del sobrino y heredero del
poeta, don Pedro Aldrete.
La imagen de Quevedo.
Quevedo ofrece una doble imagen: la de un
cortesano que lucha y hace protestas de independencia, que se vincula
estrechamente con el poder y en otras ocasiones es perseguido por éste. Aparece
como cortesano más o menos ambicioso, más o menos intrigante, lo que constituye
la «máscara» para camuflar su celosa intimidad. Pocos datos precisos tenemos en
torno a su formación intelectual, sus relaciones afectivas, sus vivencias
paraliterarias. Esto se sustituyó con lo más exterior de su personalidad. Y se
creó una leyenda alrededor del personaje burlón y sarcástico, falaz inventor (y
protagonista él mismo) de chistes malsonantes, anécdotas jocosas,
chascarrillos, juegos de ingenio y burla... Mas, junto a la «imagen» del hombre
procaz y chistoso surgió otra que lo coronaba de una aureola romántica. Sus
exegetas, más sujetos a la devoción que a la verdad histórica, se encargaron de
fabricar para Quevedo una vida llena de aventuras heroicas y apasionantes
conjuras.
La realidad es que Quevedo es un hombre
del cual mucho se ignora y mucho se discute todavía. Sin embargo, la historia
nos habla de un hombre angustiado, estoico seco y solitario, un lector voraz de
los clásicos, un trabajador apasionado y vitalista, una inteligencia
superdotada y un maravilloso poeta. La razón de la virulencia de sus ataques de
misántropo responde seguramente a una hipersensibilidad que sufre la constante
amenaza de la herida. Como hombre del barroco, Quevedo plasmó su espíritu
desgarrado por medio de un lenguaje hermético, que envuelve su timidez en el
cinismo y la acritud, falseando su pudor con una máscara procaz. Su forma de
entender el mundo se filtra en una particular visión del desengaño muy barroca
y muy en consonancia con su trayectoria vital.
Obra literaria de Quevedo.
Quevedo es más una literatura que un
hombre, así lo definió Borges. Su obra es difícil e imposible de constreñir en
unos moldes preestablecidos, por su amplitud y diversidad. Quevedo lo probó
todo: la versatilidad y amplitud de sus temas sólo es comparable a la riqueza
de su vocabulario, ya que probó todos los géneros literarios.
El teatro es lo menos logrado y popular de
su producción, pero escribió algún que otro entremés interesante.
Más trascendencia corresponde a su prosa.
Difícil es clasificarla correctamente. Si algo singulariza a nuestro autor es
que, escribiera lo que escribiese, a todo trataba por igual. Cuidaba la
expresión y la inventiva, ya fuera un elogio a vuela pluma o un tratado
doctrinal, un prólogo de circunstancias o una traducción clásica, un juguete
satírico o una carta al amigo... Sin embargo, hay obras que destacan entre las
demás: obras festivas como las Premáticas,
el Libro de todas las cosas y
las Cartas del caballero de la Tenaza; obras
satírico-morales como los Sueños,
el Discurso de todos los diablos,
La fortuna con seso y la hora de todos;
obras de crítica socio-literaria como la Aguja de navegar cultos, La Perinola, Cuento de
cuentos, La culta latiniparla; obras ético-políticas como España defendida y los tiempos de ahora, Política de Dios, la Vida de Marco Bruto; y tratados ascéticos
como La cuna y la sepultura, Virtud militante, Providencia de Dios.
Sin olvidar su única novela: el Buscón.
Quizás lo más destacado y valioso, lo
mejor de toda la producción literaria de Quevedo es, junto con el Buscón, los Sueños y La hora de
todos, su poesía.
En sus poemas amorosos Quevedo usa
procedimientos para resquebrajar la anquilosis de los tópicos del petrarquismo.
Son poemas de una gran densidad conceptual, por lo que muchas veces el amor no
está tratado como punto de término sino que lo usa como pretexto, como evasión
de la temporalidad. Destaca «Amor constante más allá de la muerte».
En sus poemas metafísicos se refleja la
preocupación de nuestro autor por la «muerte de ultratumba» más que por la vida
eterna. Quevedo enlaza con la corriente neoestoica del Barroco, heredera de la
filosofía de Séneca. El tono grave de estos poemas no rechaza la expresión
coloquial y los vocablos extrapoéticos, produciendose impactos emocionales que
podemos ver en «¡Ah de la vida!... ¿Nadie
me responde?».
También en los poemas religiosos la lengua
empleada por Quevedo está desprovista de todo juego de artificio rimbombante,
logrando una intensidad y una eficacia desconocida hasta entonces (a excepción
de Aldana). Es en los salmos y poemas sacros donde se encuentran sus poemas más
«agónicos» y angustiados. Destaca el Salmo IX, «Cuando me vuelvo atrás a ver
los años», de tono mesurado y pesimista.
Hasta en sus traducciones en verso:
Anacreonte, Epícteto, Phocílides, Las
lágrimas de Hieremías, el Heráclito
cristiano... su especial forma de traducir -recreando, adaptando,
retocando- nos permite descubrir aquí también su pensamiento metafísico.
Sólo poco antes de su muerte Quevedo habla
de publicar su obra poética. Edita poemas ajenos, nunca los propios. Los
errores cometidos por Salas y Aldrete, la falta de rigor de Astrana, la
imposibilidad de que Fernández-Guerra diera a luz el material archivado dejando
la tarea al desaforado Janer... todo esto ha contribuido al desconocimiento del
mayor poeta español de la Edad
de Oro.
En la obra de Quevedo lo importante no es
la originalidad de sus temas, sino el proceso de radicalización y
profundización en los tópicos tradicionales. No fue un innovador, sino un
revolucionario de las letras. Con su obra no inventó nada nuevo, pero construyó
uno de los edificios literarios más impresionantes de la lengua castellana.
2. Quevedo en Internet.
Página de Quevedo.
Francisco de Quevedo y Villegas.La página
está a cargo de Miguel A. Gómez Segade y Santiago Fernández Mosquera, en el
servidor de la Universidad
de Santiago de Compostela. Francisco de Quevedo en todos sus aspectos, desde
bibliografía reciente hasta materiales relacionados con el escritor, avances de
próximas publicaciones, información sobre congresos o reuniones y la
posibilidad de ampliar contactos con otros quevedistas e investigadores sobre
el Siglo de Oro. Información y enlaces de interés sobre la literatura del Siglo
de Oro.
Datos biográficos.
· Cronología biográfica de Quevedo,
realizada por Fernando Cabo Aseguinolaza. Universidad de Santiago de
Compostela.
·
Breve reseña biográfica,
en inglés, de Quevedo. Universidad de Texas.
Textos literarios en línea.
· Selección de sonetos pertenecientes
al Parnaso español,
1648. Universidad de Santiago de Compostela.
· Autógrafo de Quevedo.
Universidad de Santiago de Compostela.
· Menú de poemas (por
títulos y primer verso) de Francisco de Quevedo. Página de Luis Salas.
· Sonetos de Quevedo. Con notas. Selección de
J. Benito Freijanes Martínez.
· Poemas de Quevedo. Selección personal.
Universidad Nacional Autónoma de México.
· Veinte sonetos de Quevedo,
en español e inglés. Por Alix Ingber, de Sweet Briar College (Estados Unidos).
· Soneto de Quevedo «Represéntase la brevedad...»
en español e inglés. University of Pouget Sound
(Estados Unidos).
Bibliografía y estudios sobre Quevedo.
·
Amplia bibliografía clásica y reciente en la web de Quevedo de la Universidad de
Santiago de Compostela.
·
Novedades bibliográficas y últimas publicaciones de
la web de Quevedo de la Universidad de
Santiago de Compostela.
3. Enlaces de interés.
·
Centro virtual Cervantes.
Oteador. Literatura.
·
Parnaseo. Servidor destinado a los
estudiosos de la literatura española. Alberga secciones como Lemir, decicada a
la literatura española medieval y renacentista; Ars Theatrica, que se ocupa del
estudio del teatro español; o Facsímiles de obras literarias españolas. Ofrece
también direcciones de catálogos electrónicos de bibliotecas, y listas de
enlaces con otras páginas de literatura.
·
Poesía en español. Desde el Romancero hasta
el siglo XX. Enlaces con otras páginas de literatura.
·
Sonetos del Siglo de Oro español
(Golden Age Spanish Sonnets)
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